Lo normal es que el equilibrio entre vida privada y vida pública sea dinámico, que varíe a lo largo del tiempo. Etapas en que las circunstancias favorecen una dedicación razonable a la familia, y etapas en que las circunstancias propician lo contrario. Lo que importa en realidad es que exista un equilibro en el conjunto. ENRIQUE ULECIA
Conviene dejar claro que, en esta carrera de la que hablamos, competimos única y exclusivamente contra nosotros mismos, azuzados por un sano afán de superación personal. Y así hay que transmitírselo a los hijos. Covey[1] recomienda compararse únicamente con uno mismo, pues resulta imposible medir la felicidad propia con la regla del progreso ajena. Hay que comparar a las personas con las potencialidades que cada una de ellas tiene, y luego afirmar constantemente esas potencialidades y los esfuerzos que se hagan para alcanzarlas.
Merece la pena considerar también el precio que cuesta superar una determinada meta profesional, pues siempre existe la posibilidad de que uno se arrepienta. No son pocas las personas a las que se les plantea la siguiente disyuntiva que tan elocuentemente plantea Alejandro Llano[2]: ¿Se debe dedicar el mayor número posible de horas a la familia, a riesgo de quedarse atrás en la exigente profesión, con peligro incluso de perder el puesto de trabajo, o se debe uno volcar de lleno en la actividad profesional, para mejorar la situación económica y social de su familia, aun a riesgo de llegar al borde del divorcio y conseguir que los hijos acaben siendo tan maleducados como la mayoría de sus compañeros?
En ningún caso, refiere de forma tajante Covey[3], los éxitos profesionales pueden compensar los fracasos en las relaciones matrimoniales y familiares; el libro de contabilidad de la vida reflejará ese desequilibrio. En la misma línea argumenta Chesterton[4] afirmando que una persona nunca debe obtener éxito profesional al precio del fracaso doméstico.
Conviene pensar en el precio que cuesta superar una
determinada meta profesional
El hogar humano, curiosa paradoja
Es bueno tener grandes aspiraciones en todos los ámbitos, como también jerarquizarlas en cada momento. Nubiola[5] recomienda establecer una escala entre nuestros distintos intereses y, en función de ello, asignarles la correspondiente dedicación de tiempo y atención.
Es verdad que, con frecuencia, esa jerarquización puede venir condicionada de fuera. En los primeros años de vida laboral, por ejemplo, es difícil equilibrar el tiempo dedicado al trabajo, pero si con el paso de los años no se reconduce la situación, ésta podría acabar perpetuándose.
Muchas veces se nos presenta un espejismo de felicidad consistente en la tenencia de poder, en la capacidad de influir…, cuando la felicidad, en realidad, tiene que ver con la experiencia del amor. Vistas las cosas desde la perspectiva de la influencia que ejercemos, resulta muchas veces más operativa nuestra tarea educando a los hijos que desempeñando un puesto directivo, pues los hijos tendrán ocasión de influir en el futuro en otras muchas personas. Chesterton[6] afirma que todo tiende al redescubrimiento de esta sencilla verdad: el trabajo privado en casa es el trabajo verdaderamente grande, mientras que el trabajo público es el empleo pequeño. El hogar humano se revela como una curiosa paradoja, porque es más grande por dentro que por fuera. Lo que llamamos vida pública es un ámbito fragmentario, constituido por impresiones y secciones y estaciones; sólo en la vida privada habita la plenitud de nuestra vida entera.
Sólo en la vida privada habita la plenitud de nuestra vida entera
Sólo en casa
No es infrecuente, sin embargo, que desde distintas instancias se asocie la vida familiar a una especie de cárcel que coarta la libertad e impide la culminación de legítimas aspiraciones. Pero más bien es todo lo contrario: es en la familia donde encontramos el apoyo y los estímulos necesarios para acometer las más audaces empresas.
En otras ocasiones, ya lo comentamos, se hace pasar la vida familiar por algo rutinario y aburrido. A ello replica Chesterton[7] diciendo que el ser humano sólo puede hacer lo que quiere en su casa. El mundo fuera del hogar se encuentra sometido ahora mismo a una rígida disciplina, de tal forma que sólo dentro de él encuentra uno sitio para ser auténticamente libre. Para quien se gana la vida trabajando duramente, el hogar no es el sitio domesticado y manso en un mundo lleno de aventuras, sino el sitio indómito y libre en un mundo lleno de reglas y tareas fijas.
Enrique Ulecia es consultor y orientador familiar.
[1]Covey, S. R. (1995). El liderazgo centrado en principios. Barcelona: Paidós.
[2]Llano, A. (2002/2009). La vida lograda (7ª Reimpresión). Barcelona: Ariel.
[3]Covey, S. R. (1995). El liderazgo centrado en principios. Barcelona: Paidós.
[4]Chesterton, G.K. (1994). El amor o la fuerza del sino. Madrid: Ediciones Rialp, S.A.
[5]Nubiola, J. (2006). El taller de la filosofía. Una introducción a la escritura filosófica (4ª ed.). Navarra: Ediciones Universidad de Navarra.
[6]Chesterton, G.K. (1994). El amor o la fuerza del sino. Madrid: Ediciones Rialp, S.A.
[7]Ibídem.