La acción es fruto de pensar. Por eso toda la manifestación exterior de la conducta humana remite al fuero interno del pensamiento. En el origen de toda actividad comportamental está la inteligencia administrándola, dándole una fisonomía determinada, un cuño de origen. La inteligencia –junto a la voluntad– es la gran protagonista, la verdadera diseñadora de nuestra personalidad.
MIGUEL ÁNGEL MARTÍ GARCÍA

El mundo cultural que poseemos no es ajeno a los criterios estéticos que van definiendo nuestra forma de ser. La cultura es uno de los principales modeladores del pensamiento y, por tanto, de nuestra conducta. Quizá suponga una novedad hablar de un pensamiento elegante, cuando lo más normal sería asociar la palabra “elegante” a una casa, un traje, etc. Y es que a mi modo de ver se ha frivolizado en exceso el concepto de elegancia, olvidando tal vez que la elegancia es originariamente una cualidad humana que consiste en elegir (lo mejor); y la elección es fruto, en primer lugar, de la inteligencia, del conocimiento.

Lo más importante de los seres humanos es su universo interior y no su armario ni su coche. ¿Y qué entendemos por universo interior? Nuestras opiniones, criterios, gustos, preferencias. En definitiva, todo aquello que estructura nuestro pensamiento y luego exteriorizamos a través de nuestras conversaciones. Todos tenemos experiencia de que hay personas cuyos mensajes son aburridos pobres y repetitivos, mientras hay otras –menos– que nos sugieren mundos nuevos, cargados de sabiduría, que no tienen nada de vulgares y despiertan en nosotros la ilusión de vivir y bucear en lo mejor de nosotros mismos.

Así pues, no parece inapropiado decir del pensamiento que puede ser elegante cuando habitualmente discurre por derroteros donde está excluido lo chabacano y lo prosaico, y en cambio sí se encuentra presente el análisis minucioso, la observación sutil, el matiz interesante, la observación enriquecedora, la conclusión que nos añade un nuevo conocimiento, la aportación de un detalle, la comparación capciosa. Todos pensamos –no podemos dejar de hacerlo–, pero una cosa es, como diría Descartes, el hecho de pensar y otra los pensamientos pensados, y aquí es donde se manifiesta la diferencia entre los seres humanos, porque mientras unos inciden una y otra vez en pensamientos vulgares, groseros, prosaicos, irrelevantes; otros, en cambio, conducen sus pensamientos a través de la delicadeza y finura de espíritu. Hablamos de lo que pensamos, y pensamos en función de lo que somos (elegantes o vulgares).

Miguel Ángel Martí García es catedrático de Filosofía y autor, entre otros libros, de ‘La elegancia. El perfume del espíritu’ (Eiunsa).