Nuestro tiempo posee características que le son propias; en él, la globalización fruto del progreso de las ciencias tecnológicas le ha proporcionado una complejidad nunca alcanzada anteriormente. Dado este escenario, ¿qué preocupaciones traen hoy de cabeza a los padres de hijos adolescentes? ¿Tan distintas son de las que siempre han tenido? FRANCISCO GALVACHE
El gran Romano Guardini, en su conocidísima obra Las etapas de la vida, describe, con su perspicacia habitual, el modo y manera en que la existencia infantil tan volcada hacia el exterior, va interiorizando –todavía de forma poco consciente– sus experiencias de encuentro con el mundo de las cosas y de las personas que le rodean en y allende el seno de su familia.
No es este –probablemente– el momento de ocuparse de los factores que coadyuvan en acelerar, retardar, debilitar o intensificar la influencia de estos hechos ni los bienes o perjuicios que de ellos pueden derivarse en función de unas u otras circunstancias. Quedémonos, al menos por ahora, con la idea de que este cúmulo de encuentros van haciendo “también más porosa la envoltura psíquica” del niño que, ya en la infancia superior, va a distinguir, con el acierto que le proporcione la mayor o menor calidad de los criterios adquiridos, lo amenazante de lo amistoso; lo útil de lo gravoso o perjudicial; las buenas de las malas conductas.
Y, de esta manera, casi sin aparente transición, el niño se transformará en púber y con ello, comenzará a recorrer un período nuevo en el que –con palabras de Guardini– atravesará “la crisis decisiva, que se plantea por y desde dentro”, y que viene causada por “la irrupción de dos impulsos básicos: la autoafirmación individual y el impulso sexual”[1].
Inmerso en una crisis agónica
Ambos impulsos alimentan la tensión en la que se debate el adolescente en pos de cobrar el objetivo madurativo de esta etapa: la fidelidad en tanto que síntesis de la antítesis Identidad versus Confusión de Identidad[2]. El adolescente, pues, sometido a tales tensiones, se encuentra inmerso en una crisis agónica, de lucha, en la que ha de forjar su carácter, conquistar su autonomía personal para ejercerla de la manera apropiada a su re-conocida realidad única e irrepetible: a su personalidad.
Tal tránsito, como es lógico, le plantea una amplia problemática para cuya superación necesitará ayudas desde una perspectiva sistémica, no sólo en auxilio orientador de los grandes esfuerzos de superación y de adaptación que habrá de desarrollar el adolescente, sino, también, a favor de la esforzada comprensión, serenidad, firmeza, flexibilidad y apoyo que el entorno familiar deberá aportar y, de forma muy especial, los padres.
El adolescente se encuentra inmerso en una crisis agónica en la que
ha de conquistar su autonomía personal
Libertad reducida a independencia
No es difícil entender que una de las manifestaciones propias de la inestabilidad emocional de quien aún se siente inseguro y, al tiempo, ansioso de independencia, consista en mostrarse irritable y rebelde. Justamente es la rebeldía negativa uno de los síntomas inquietantes de la adolescencia de todos los tiempos. Tal rebeldía se manifiesta de forma problemática en el tácito o incluso explícito rechazo de deberes personales en relación con la familia, la escuela, las normas, usos y costumbres sociales, etc. Pero, fundamentalmente, lo que el adolescente reivindica es libertad aunque, paradójicamente, pueda rechazar la responsabilidad que el ejercicio de aquella implica, porque la libertad la percibe reducida a mera independencia.
En este punto, creo que es conveniente decir que esta tendencia sólo se manifiesta y materializa, en términos graves, en un sector minoritario de los adolescentes que, a la vez que sufren los desajustes de la crisis de crecimiento que atraviesan, padecen también otra suerte de carencias familiares, educativas, afectivas, socioeconómicas, u otras influencias contra-educativas de diversas índoles.
También la disminución de la capacidad de desarrollar esfuerzos sostenidos es un rasgo que numerosos autores han puesto de relieve como constante propia de esta edad, explicándola como consecuencia de los importantes cambios biológicos que implica la pubertad, y los de índole ‘psicosocial’ que exigen, al adolescente, tareas de ajuste y adaptación a una realidad que, en numerosas ocasiones, le resulta difícilmente inteligible, y para las cuales aún no se halla pertrechado con los recursos personales necesarios para ello.
Francisco Galvache es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, y orientador familiar por el ICE de la Universidad de Navarra.
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[1]Guardini, R. Las etapas de la vida, Palabra, Madrid, p. 44.
[2]Cfr. Erikson, E. El ciclo vital completado, Paidós, Barcelona, 2000.