“Tenía que abrirme camino a través de la espesa selva de conceptos, análisis y axiomas, sin poder siquiera identificar el terreno que pisaba. Al cabo de los meses de desbrozar vegetación, se hizo la luz y se me alcanzó el descubrimiento de las razones profundas de aquello que aún no había experimentado o intuido”. El autor describe aquí con precisión cómo nos sentimos ante un conocimiento que nos parece difícil y complejo.
Mª PILAR MARTÍN LOBO

De forma similar se sienten los estudiantes de Primaria, Secundaria y Bachillerato que tienen que enfrentarse a contenidos –de lenguaje, de matemáticas y de otras disciplinas– cuyo aprendizaje requiere la aplicación de habilidades mentales de mayor nivel intelectual.

Utilizamos los sentidos para percibir la información, pero si el alumno no los tiene lo bastante desarrollados –si carece de la habilidad perceptiva necesaria– se muestra al fin incapaz de procesar aquella. En consecuencia, la continuidad de su proceso de aprendizaje se vuelve deficitaria: difícilmente comprende –o le cuesta más de lo normal–, memoriza de forma inconexa y le resulta un imposible cuesta arriba dominar el conocimiento abstracto.

La facultad de aplicar la atención fijamente en un solo objeto, sin dispersarla, es la marca infalible de un genio superior. Como decía Helvecio, “el genio no es otra cosa que una atención continuada”.

La facultad de aplicar la atención fijamente en un solo objeto, sin dispersarla,
es la marca infalible de un genio superior

Las bases neuropsicológicas del aprendizaje

Las conclusiones de un gran número de estudios permiten afirmar que, para desarrollar las capacidades de todos los alumnos y optimizar su rendimiento escolar en cualquier nivel y edad, es imprescindible que partamos de las bases neuropsicológicas del aprendizaje: éste debe ser el punto de partida para un plan de mejora del alumno.

Tal plan de mejora puede incluir un programa específico para mejorar sus factores neuropsicológicos y un programa para adquirir habilidades superiores de pensamiento.

Los orientadores psicopedagógicos y los profesores, lógicamente, son los primeros que deben conocer estos procesos y aplicarlos con efectividad.

Saber cómo y para qué se aprende

Margarita Amestoy de Sánchez, en su serie de libros Aprender a pensar, afirmaba que para aprender a pensar y enseñar a pensar necesitamos dominar los procesos de las actividades mentales que se realizan al aprender.

Saber el cómo se aprende y el para qué se aprende, incorporar aquello que aprendemos a la experiencia pasada, presente y futura –incorporarlo, en definitiva, a la propia vida–, es nota clave de eficiencia. Si no asimila uno los contenidos que recibe, el aprendizaje que se deriva de ellos es –prácticamente– inexistente. Por ejemplo, un alumno de Secundaria que debe aprender un nuevo conocimiento de matemáticas debe conocer los pasos que le llevan a aprenderlo, dominar previamente las operaciones de cálculo operativo y aplicarlas de seguido a los nuevos conceptos y problemas. Si desconoce esos pasos o no domina el cálculo, difícilmente podrá aprender el nuevo conocimiento que se le propone.

De esta forma, podemos afirmar que la adquisición de habilidades es clave para que el estudio resulte motivante y eficaz.

Conocer cómo trabaja cada alumno

El alumno asiste a clase, trabaja y ofrece unos determinados resultados. El producto de su trabajo presenta por lo general errores, errores que el profesor, habitualmente, se limita a corregir. Le hace ver al alumno las equivocaciones cometidas, pero no suele enseñarle a evitarlas en el futuro –no sabe orientarle–, pues desconoce cómo trabaja el alumno y cuáles son los procesos de aprendizaje idóneos. Si, por ejemplo, se le pregunta al chico: “¿dónde te equivocaste?”, puede que diga: “no lo sé. Es posible que me haya distraído…”. Lo más probable, sin embargo, es que el alumno no entienda lo que hace –que no sepa lo que le sucede–, de tal modo que, si alguna vez acierta, lo haga por casualidad. El profesor, por su parte –conocedor de su materia, desconocedor de los procesos que conducen a un aprendizaje eficaz–, sencillamente no sabrá qué decirle.

Le hace ver el profesor al alumno las equivocaciones cometidas,
pero no suele enseñarle a evitarlas en el futuro

Conocer cómo estamos conociendo

Así pues, el profesor ha de enseñar a cada alumno el proceso y la manera de evaluar su aprendizaje con el fin de que pueda identificar los errores y resolverlos por sí mismo. Esto no es posible a través de orientaciones puntuales y esporádicas; se deben practicar los procedimientos hasta que se automatizan, se adquiere la habilidad y se aplican de forma natural. Si el alumno domina el procedimiento, lo automatizará bien, sabrá dónde comete errores y sabrá pedir ayuda o resolverlos por sí mismo.

José Bernardo Carrasco, en Una didáctica para hoy: cómo enseñar mejor, basándose en autores como Burón (1993) y otros, habla de la necesidad de enseñar y aprender metacognitivamente: debemos conocer cómo estamos conociendo, cuáles son los procesos mentales y las “estrategias de aprendizaje que aplicamos”, así como disponer de una “capacidad autorreguladora que nos haga capaces de readaptar nuestra forma de aprender mejor”.

“Cuando aprobé el examen, dije al examinador que, a mi juicio, la nueva visión del mundo que había conquistado con aquel cuerpo a cuerpo con mi manual de metafísica era más preciosa que la nota obtenida. Y no exageraba. Aquello que la intuición y la sensibilidad me habían enseñado del mundo hasta entonces, había quedado sólidamente corroborado.” El autor de este texto describe cómo fue capaz de asimilar la materia hasta hacerla propia, señalando así la característica clave en el aprendizaje: la personalización.

Un ejercicio práctico

En Aprender a pensar propone Margarita Amestoy de Sánchez una serie de programas de estrategias y habilidades mentales para aplicar procedimientos, evaluar, retroalimentar y aplicar un control de calidad. Señala que pensar en lo bueno y en lo malo nos ayuda a valorar las ideas antes de llevarlas a la práctica. Así que antes de realizar una acción o de tomar una decisión conviene pensar en esos términos. Para aprender a aplicarla, se le puede invitar al alumno a realizar el siguiente ejercicio: piensa en lo bueno y en lo malo de hacer los deberes y estudiar todos los días (lo cual es aplicable a otros enunciados: chatear con los amigos, utilizar las redes sociales, leer, prohibir la venta de chicles y caramelos en la ciudad, y otros ejemplos según la creatividad de los alumnos).

También propone el libro pensar en las consecuencias, lo cual significa mirar al futuro para anticiparse a lo que puede ocurrir.

Mª Pilar Martín Lobo es doctora en Psicología y autora de ‘El salto al aprendizaje. Cómo obtener éxito en los estudios y superar las dificultades de aprendizaje’ (Palabra, 2006).

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